Pasar, de una estación a otra, de esta vida a la otra, transformarse.

Dejar de estar, al menos como se estaba antes, presente de cuerpo, pesado, atrapado en un espacio finito, y dar lugar a la ausencia, que podría ser también la presencia no presente, aparentemente inerte, intangible, pero no por eso menos fuerte. Como las hojas que han caído en una danza de viento que las arrastra, que las lleva lejos, las seca, las despoja de su cuerpo, del cuerpo del que pendían, para hacerse ahora ligeras, secarse por completo y volver a la tierra, de esa de la que salieron un dia en forma de tallo, de raíz, de botón, de nueva hoja.

La muerte y la vida, o visceversa. Acaso no es redundar? hablar de lo mismo un poco? La vida que camina irremediablemente hacia la muerte, y la muerte que da paso a una nueva vida. La celebración del nacimiento que a la vez es la muerte de lo que antes eramos, de la primavera que se convirtío en verano que dio paso al otoño y que ahora toma cara de invierno para volver a ser primavera en unos cuantos meses.

Sin muerte no hay vida, y visceversa, aunque suene redundante, aunque siempre parezca que se habla de lo mismo. Pero no lo es, cada vez se hace diferente, como lo hace cada una entre los millones de hojas: liberarse, aunque duela y de miedo soltarse, volar aunque se termine una vez más en el suelo, danzar y perderse en el viento, dejar de ser hoja, volver a la tierra, volver a ser semilla, y reinventarse.

La ventaja es esa, la vida siempre tiene un nuevo chance.